lunes, 10 de noviembre de 2008

El Dolor de una Guerra II

El rey pasó parte del día por el campo de batalla, observando los angustiados rostros de los milicianos. Su rostro no reflejaba sentimiento alguno, solo era una batalla que había perdido, ya ganaría otra.
Antes de que el sol se ocultara el rey había encontrado su caballo y galopaba velozmente al castillo de su primo. Aunque el caballo estaba cansado el rey no dejó que aminorara el paso. Quiso coger un atajo y se metió en un bosque. Las ramas de los árboles rasgaban la cara y la vestimenta del rey. El ulular de un búho asustó al rey quien dio una patada en el costillar al caballo haciendo que relinchara y galopara más rápido.
La cerrada noche ocultaba al rey haciendo de él y de su caballo una sombra.
Enseguida pudo vislumbrar las antorchas que alumbraban la puerta que daba paso a la cuidad de su primo. Cuando quedaron pocos metros para llegar a la muralla tiró con fuerza de las riendas y el caballo se quedó quieto. El animal empezó a andar muy lentamente.
-Abrid en nombre de Rodrigo, rey de la comarca más próxima, primo de vuestro rey.
Los guardianes abrieron la pesada puerta mientras que Rodrigo dirigía a su agotado corcel. El caballo fue paseando por la gran ciudad metiéndose por calles más estrechas según la orden de su amo.
Los niños correteaban alrededor del animal, se reían y jugaban. Mientras sus padres vigilaban a sus hijos. Una pequeña se cayó delante del caballo que relinchó y se encabritó. El rey tiró con más fuerza de las riendas y el animal retrocedió unos pasos.
-Ten cuidado.-dijo con enojo a la pequeña que estaba llorando.-Has asustado al caballo.
Su madre fue corriendo en su busca.
-Y usted señora, vigile mejor a su hija.
La mujer frunció el entrecejo, se giró y se metió en su casa.
El rey mandó al animal que siguiera caminando. Enseguida llegaron a la cuesta que ascendía al castillo. Con un paso más acelerado el caballo subió hasta llegar a unas escaleras. El rey desmontó y dio las riendas a un soldado que lo metió en la cuadra real. El rey subió las escaleras lentamente. Llegó a la puerta principal y los guardias le dejaron pasar. Una gran sala con cuatro pilares, dos a un lado y dos al opuesto, se abría ante él. Al fondo de la sala tres escaleras llevaban al trono donde no había nadie. En una habitación cuya puerta estaba oculta se encontraba el primo de Rodrigo con una aldeana joven. Los gritos y sollozos de la muchacha atravesaron la pared. De repente se abrió la puerta escondida y salió corriendo la joven muchacha, empapada en lágrimas y con el vestido rasgado. Tras unos segundos salió Felipe, el primo de Rodrigo.
-Chica tonta…-murmuró.- ¿Quién te hará más feliz que yo? ¿Quién te puede dar todo lo que tu desees?-gritó, pero la muchacha no le había oído. Estaba bajando la cuesta tan rápido como sus piernas la permitían.
Felipe se dio cuenta de la presencia de Rodrigo. Lentamente se sentó en su trono.
-Volverá.-aseguró a Rodrigo.-Esas chicas parecen duras, pero al final se dan cuenta de que me desean.-dijo sonriendo, pasándose la lengua por los labios.- ¿A qué has venido?-preguntó tras un rato, sin dejar de mirar la puerta principal por la que se había ido la muchacha.
-He perdido la batalla.
-Ya me imaginaba que con ese ejército no ibas a llegar muy lejos.-dijo mientras se acariciaba el mentón.- ¿Dónde ha sido la batalla?
-En el valle de las cinco montañas.
-Donde la leyenda…-dijo riendo con ironía.-Al final será cierta, todo el que lucha allí muere.-dijo con sarcasmo, levantando las manos.
-Sí…-Rodrigo también rió.
-Pero ya sabes cual es nuestra forma de actuar cuando se pierde la batalla. Hay que luchar en el mismo lugar hasta que se gane.-dio con el puño cerrado en el brazo del asiento.-Hoy pasarás la noche en el castillo y mañana saldrás con la milicia hacia el valle. Espero que te sean más útiles que tus soldados.-el rey se levantó del asiento y abrazó con fuerza a su primo. Después alargó el brazo y Rodrigo se inclinó y besó el anillo de oro.
-Vamos, hoy daré una fiesta en honor a tu próxima victoria.-dijo arrastrándolo por la sala.
A la derecha del trono había una puerta vieja. Unos ricos olores atravesaban esa puerta a diario. Felipe golpeó la puerta con su bastón de oro y zafiros. Enseguida apareció al otro lado un niño pequeño con la ropa rota y sucia.
-¡Isabel!-gritó enfurecido el rey.-Te he ordenado que no traigas a tu hijo a la cocina, ¿no se puede quedar en tu casa?
Una mujer joven apartó al niño de la puerta.
-Mi señor, su padre está trabajando.-dijo con ligera sutileza.-No le puedo dejar solo en la casa.
-¿Por qué no?-gritó enojado.
Isabel lo miró como si lo viera por primera vez.
-Si ejercierais como padre que sois, quizás no tendría que traerlo conmigo.
-¿Quién te crees que eres, esclava?-dijo. Abrió la puerta de golpe, y abofeteó a Isabel ante la mirada del niño, su hijo Persicio. Después cerró con fuerza la puerta. Un hombre fornido se acercó a Isabel y la ayudó a levantarse. Ella lloró y suspiró entrecortadamente sobre el hombro del hombre. Mientras, él acariciaba el sedoso pelo de ella tranquilizándola.








....la proxima, más...se acerca un momento "sensual"

2 comentarios:

JJ dijo...

es un buen relato, quizas recalcas demasiado la frialdad de los reyes, y su distanciamiento con el pueblo llano, los has pintado muy altivos, buena redaccon y buena presentacion, ademas de ser un buen relato de denuncia.

espero impaciente leer los siguientes fragmentos.

Delerium dijo...

x3 que mono!!!!