martes, 11 de noviembre de 2008

El Dolor de una Guerra III

Los dos reyes salieron de la gran sala. Rodearon el edificio y entraron en otro. Una gran mesa de cerezo se extendía por toda la habitación. Solo había dos sillas a cada extremo. Felipe cruzó la habitación y se sentó en la silla más lejana a la puerta. Rodrigo imitó a su primo sentándose en la silla opuesta. Un sirviente entró en la habitación y susurró algo al oído de Felipe. Éste movió afirmativamente la cabeza con una sonrisa traviesa. El sirviente palmeó dos veces seguidas. Una muchacha de piel oscura salió de otra habitación. Movía sus caderas al son de la música que sonaba detrás de ella. Sus brazos y sus tobillos estaban desnudos y eso provocaba al rey. Aunque los movimientos de la muchacha eran sensuales, sus negros ojos no decían nada. Su cara no expresaba nada. Los dos reyes miraban absortos como la bailarina se subía a la mesa. Mientras danzaba se iba acercando a Felipe. La música cambió a un ritmo más lento y una melodía más grave inundaba el comedor. La bailarina se inclinó ante el rey y le acarició con suavidad la cara. Parecía que el rey iba saltar a la mesa cuando el sirviente aplaudió de nuevo. Siete muchachas salieron de la misma habitación por donde había salido la primera. Iban vestidas de igual manera que la otra. La música cambiaba con rapidez. Primero percusión lenta, luego más rápida acompañada de la sensual melodía de la corneta… En unos instantes los dos reyes estaban rodeados de preciosas y jóvenes muchachas que bailaban sin descanso.
-¡La noche es larga!-dijo Felipe.
-Bebamos pues.-ambos reyes cogieron sus copas, que estaban a rebosar de vino, y bebieron hasta saciarse.

Los rayos del sol despertaron a Rodrigo. Dos de las bailarinas estaban tumbadas juntó a él en el suelo del comedor. Las apartó con los pies mientras las miraba con asco. Se acercó dando tumbos hasta su primo. Le agarró del hombro y lo zarandeó. Pero Felipe seguía dormido. Entonces se agachó y susurró al oído su nombre. Felipe hizo una mueca y entreabrió los ojos.
-Ya ha amanecido.-informó.
El rey sonrió enseñando sus amarillos dientes.
-Ha sido una noche muy corta, creo yo.-dijo incorporándose.
-Tu aliento huele demasiado a alcohol.-Rodrigo se apartó rápidamente del camino de Felipe.
-Nunca se bebe demasiado.
-¿Tus soldados están preparados?
-No lo sé. Ahora miro.-dijo bostezando.
Subió las escaleras que se encontraban a la derecha. En el piso de arriba había un balcón, donde al asomarse uno podía ver a los soldados. El rey salió al balcón. Pocos soldados estaban despiertos.
-Atención.-gritó el borracho rey.-Hoy partiréis al valle de las cinco montañas.-bostezó otra vez mientras algunos soldados discutían sobre la nueva marcha.-Hoy serviréis al rey Rodrigo. Os quiero ver a todos en la entrada principal de la ciudad.
El rey volvió al comedor bostezando.
-Los soldados te están esperando en el muro.
Rodrigo salió de la habitación y se dirigió al establo. Abrió la gran puerta de roble y oyó los relinchos de los caballos reales. Bellos corceles de diversas razas ocupaban el establo. Caballos que el rey no utilizaba. Rodrigo cruzó el establo en busca de su caballo. Un relincho sonó con fuerza a su izquierda. El caballo lo estaba esperando. El rey lo montó con parsimonia. Una vez bien sentado Rodrigo dio una patada al nervioso caballo que, galopó con rapidez. Bajaron la cuesta y atravesaron el pueblo a gran velocidad. Las casas eran manchas borrosas a los ojos del rey. Enseguida llegaron a la entrada principal. La tropa estaba esperando.

2 comentarios:

Delerium dijo...

y fin porque no seguí más...

JJ dijo...

Quizas el momento sensual ha sido demasiado breve o yo lo esperaba con demasiada ansia, pero la verdad es que creo y pienso que podrias seguir la historia, y darle su merecido a esos reyezuelos, que en esta parte no son tan altivos, mas bien me han aprecido unos seres dejados a su suerte, y a su buen nombre, unos contrastes quizas demasiado bruscos, pero sigo pensando que escribes muy bien, y que llegaras a escribir mejor.