martes, 20 de enero de 2009

Caperucita Roja I

Los últimos rayos anaranjados del anochecer insistían en no abandonar los viejos árboles del bosque. El cielo se dejaba entrever por los grandes claros de las nacaradas nubes. Era de color rojizo, un cielo color sangre; un tanto curioso si se tenía en cuenta que la estación que reinaba era la del invierno.

Una muchacha se había estado alejando del pueblo hasta dar con el lindero del bosque. Se pasó las horas jugando con su propia sombra y escuchando el viento azotar de vez en cuando las ramas de los árboles desnudos. Le gustaba el silencio y lo misterioso que parecía ese lugar una vez llegada la noche. Por eso, antes de que el astro rey terminara de esconderse, la muchacha ya había entrado en el bosque, profundizando en sus entrañas hasta casi no saber cómo volver.
Su camiseta roja era lo único que daba color a la tierra. Todo parecía muerto a excepción del musgo que crecía mirando al norte en los arboles más gruesos. La luna iluminaba casi del mismo modo que una estrella hubiera podido hacer resultando un poco difícil pensar que estaba en plena noche y no en lo contrario.

Avanzó sin miedo, casi riéndose al oír los crujidos de las hojas secas bajo sus pies. Varios animales la acompañaron en su corto viaje, más por curiosidad hacia una humana en sus territorio que por deseo de acompañar. Poco a poco, más nubes fueron surgiendo de la nada ocultando la única luz del cielo. La muchacha se asustó. Demasiada oscuridad le daba miedo. Los sonidos de los animales nocturnos sonaban más temerosos cuando no sabía con exactitud de donde procedían. Se encogió en sí misma y avanzó en silencio hacia donde creía se encontraba la salida.

De pronto oyó un crujido proveniente de un matorral. Lo primero que pensó fue en algún roedor, sin embargo, había sonado a algo demasiado pesado como para ser un roedor. Siguió caminando en la penumbra con los brazos extendidos hacia delante… Y de nuevo varios crujidos caminaban a su lado.

-¿Quién va?-preguntó sintiéndose estúpida al momento. ¿Cómo diablos iba a responder un animal? La siguiente vez que el pánico se apoderó de ella fue poco después de formular la pregunta, algo le sopló en la nuca. La chica se giró tan rápido como pudo mirando, o más bien, intentando ver en la oscuridad aquello a lo que se tendría que enfrentar. Sin embargo no vio ni oyó nada. Avanzó un par de pasos mientras los oídos comenzaban a silbar presa del temor a aquello que la seguía.

Pronto el silbido se hizo tan insoportable que se tapó los oídos caminando sin ese sentido. Miraba a todos lados intentando descubrir algo que la calmase; una ardilla, un conejo, una serpiente…lo que fuera. La presión que sus dedos ejercían en los canales auditivos llegó al límite del dolor y no tuvo más remedio que bajar los brazos respirando agitadamente, intentando controlar su pulso.
Se apoyó en un árbol de tronco grueso cogiendo aire y de nuevo varios chasquidos interrumpieron el silencio de la noche.

Éso era en lo que no se había dado cuenta: el silencio. El no haber ruido en un bosque significaba peligro y ella lo sabía muy bien. Tragó saliva entreabriendo los labios para respirar por la boca. Estuvo atenta varios minutos sin moverse ni un milímetro mientras lograba que su respiración no se consiguiera escuchar. Tras ese tiempo fue a dar un nuevo paso pero una sonora risa heló sus músculos. Lo que pudo percibir de aquella risa casi cruel era el tono grave que desprendía, casi ronco, pero que le recordaba extrañamente a un narrador de cuentos.

2 comentarios:

JJ dijo...

Como mola, me ha gustado, ha sido un grato regreso el poder comentar, este relato, espero poder leer en breve la continuacion.

Tréveron dijo...

"Quién teme al lobo feroz, al lobo, al lobo" :3