jueves, 3 de enero de 2008

Câlîn

Las nubes rosáceas anunciaban la reciente salida del sol y ella seguía entrenándose. Dejó a un lado su ballesta mientras se despojaba de las dagas y se sentó a mirar el amanecer. De su boca salía vaho, esa noche había bajado demasiado la temperatura y la mañana era igual de fría. Se secó las gotas de sudor de su frente y se levantó rápidamente. Se apoyó en el tronco de un árbol y empezó a estirar sus músculos. Sus orejitas gatunas se movieron en dirección al bosque y ella echó un fugaz vistazo sin vislumbrar nada peligroso. Olfateó disimuladamente el aire sin encontrar tampoco ningún olor desconocido. Por si acaso recogió sus armas y poniéndose su capa verde se alejó de la paz del bosque encontrándose con el bullicio del pueblo.
Poco a poco la grava del suelo se hacía más presente. Ella estiró una última vez sus orejas y su cola peluda y las escondió bajo la capa agachando la cabeza para camuflarse mejor. Tragó saliva pasando por delante de las primeras tiendas de lonas. De momento nadie sospechaba nada. Los aldeanos paseaban poniendo interés en las pocas cosas que se vendían y no se fijaban en el pequeño bulto tapado de pies a cabeza que paseaba entre ellos. Calin, la joven mitad gato mitad licántropo, suspiró aliviada.
Casi terminó de cruzar la larga calle cuando vio un destello por el rabillo del ojo. La última tienda era de armas.
-Mierda…-susurró para sí misma. Las armas eran su mayor debilidad. Sin poder controlare dirigió sus pasos a la tienda observando bajo la capucha. Casi todo eran dagas más o menos elaboradas. Un par de espadas ocupaban la parte derecha, un hacha la parte de detrás y tres arco y dos ballestas, la patre izquierda. Calin sonrió al ver los arcos y sin decir nada puso el suyo delante del vendedor.
-Buen arco…-dijo él observando con cuidado el arma.
-Gracias….-murmuró ella.-¿Se puede cambiar por el otro?
El vendedor la miró curioso.
-¿Y por qué te quieres deshacer de este arma? Parece muy bueno…
-…. Es algo viejo… ¿se puede o no?-preguntó impacientándose.
El vendedor notó en su voz su impaciencia y la miró mal. Después se fijó en los dos leves bultitos que se notaban bajo la capucha. Sonrió y le fue a quitar la capucha.
-Yo que tú no haría eso…-susurró la muchacha cogiéndole de la muñeca. Sus ojos brillaron bajo la capucha. El vendedor se asombró al principio pero después sonrió malévolamente. Alguien estaba tras Calin, alguien que ella no había oído ni olido. De repente la muchacha sintió como le quitaban la capucha rápidamente. Sus orejitas salieron a la luz. Ella palideció al momento. Parecía que el tiempo se había detenido. Los comerciantes y los aldeanos se giraron mirando al ser que estaba entre ellos.
-¡MATADLA! –gritó el que le había quitado la capucha.
Calin maldijo por lo bajo y alargando rápidamente el brazo alcanzó un nuevo arco. Saltó a la parte superior de la tienda de lona escapando momentáneamente de los aldeanos.
-¡¡Monstruo!! ¡¡Te mataremos!!
La muchacha, acostumbrada a ser tratada como algo repugnante, corrió todo lo rápido que su mezcla le permitía. Una de las ventajas que tenía; siempre que había que huir nadie la alcanzaba.
Sonrió al ver el final del pueblo y aceleró su carrera por la calle, harta de estar saltando de tejado en tejado. Ya casi veía al otro lado el bosque cuando se chocó contra algo. Cayó de culo y sacudió con fuerza la cabeza mirando a todas partes. Pero allí no había nada. Nada excepto una carta sin sello ni firma.
Al atardecer Calin se encontraba corriendo con la carta abierta arrugada en su puño.

1 comentario:

Tréveron dijo...

jum... Desde luego un comienzo que no creo que vaya a dejar a nadie indiferente... :P

MAS!!! xD